martes, 1 de febrero de 2011

El manuscrito carmesí

"En 1931, Francia encargó a una comisión de técnicos y de eruditos el estudio, en el Protectorado de Marruecos, de las construcciones y la historia de Fez.

De ellos, dos arquitectos se dedicaron a uno de los más trascendentales edificios de la ciudad: la mezquita la Karauín. Es el mayor templo de Marruecos y de todo el Magreb. Su origen fue un pequeño santuario que, en los inicios del siglo IX, construyó Fátima, la rica heredera de Mohamed Fihri, fugitiva de Kairuán en una de las habituales conmociones de entonces.

En la primera mitad del siglo XII, el almorávide Alí Ibn Yusuf construyó la actual mezquita, que tiene diez mil metros cuadrados, y que durante varios siglos fue la sede de la Universidad de Fez, el centro intelectual más prestigioso de Marruecos. Su biblioteca, fundada en el XIII, conserva valiosísimos e irrepetibles ejemplares.

Los dos jóvenes arquitectos franceses comenzaron su trabajo con el levantamiento de los planos de la Karauín. Después de meticulosos cálculos, al plasmar en el papel las dimensiones perfectamente comprobadas, no cuadraban en cierto lugar las medidas externas con las interiores, aun descontando el grosor importante de los muros.

Repitieron sus mediciones, y volvió a producirse el mismo desajuste. Esto les hizo pensar que aquella diferencia de superficie debía de corresponder a un espacio que, con el tiempo, se clausuró por alguna razón ya olvidada. Por medio de tanteos y prudentes perforaciones lograron hallar la cámara prevista. En ella se encontraba un cúmulo de manuscritos y libros preciosos, los más recientes con cerca de cinco siglos de existencia, en un estado de conservación mejor de lo imaginable, gracias a la virtual ausencia de agentes erosivos, si se exceptúan algunos insectos y alguna humedad acaso anterior al siglo XVI.

Entre ellos estaban —y hago alusión porque la Historia es muy amiga de las simetrías— las memorias de Abdalá, el último rey zirí de Granada, destronado por el almorávide Yusuf —predecesor del constructor de la Karauín—, y muerto en Agmat en circunstancias semejantes a las del rey de Sevilla Almutamid. Hubo algo, sin embargo, que llamó especialmente la atención de los arquitectos, personas curiosas, pero no expertas en materia de paleografía. Se trataba de unos manuscritos que destacaban de los demás por dos razones: por estar encuadernados a la perfección, como si una mano cuidadosa los hubiese depositado allí con esmero, y por su color carmesí, que el tiempo no había apenas empalidecido."


El manuscrito carmesí, Antonio Gala, 1990

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