martes, 29 de marzo de 2011

Le bain de Cléopâtre




Astérix et Cléopâtre, 1968, par René Goscinny et Albert Uderzo.

sábado, 26 de marzo de 2011

Happy 100th birthday, Tennessee Williams


Tennessee Williams (March 26, 1911 – February 25, 1983)


"Sebastian always said, 'Mother when you descend it's like the Goddess from the Machine'... it seems that the Emperor of Byzantium - when he received people in audience - had a throne which, during the conversation, would rise mysteriously into the air to the consternation of his visitors. But as we are living in a democracy, I reverse the procedure. I don't rise, I come down."

Suddenly, last summer, film, 1959


jueves, 24 de marzo de 2011

The Wolf



Gustave Doré, Le petit Chaperon rouge, 1867

lunes, 21 de marzo de 2011

viernes, 18 de marzo de 2011

entrevista a Jacobo Siruela para diagonal


E N T R E V I S T A A J A C O B O S I R U E L A

por jorge rovira

Jacobo Fitz James Stuart, Martínez de Irujo, conde de Siruela (Madrid, 1954), es editor y diseñador gráfico. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Madrid. Fundador en 1982 de la editorial Siruela. En 1985 aparece el primer número de la revista interdisciplinar El paseante. Obtiene el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial concedido por el Ministerio de Cultura en 2004. Un año más tarde deja Siruela para fundar junto a Inka Martí la editorial Atalanta.

A la noche del tercer día me arrodillo en la alfombra y abro el huevo cuidadosamente. Se eleva como un humo y repentinamente se encuentra Izdubar parado delante de mí, gigante, transformado y perfecto. Sus miembros están sanos y no encuentro ninguna huella del daño en ellos. Es como si se despertara de un profundo sueño. Él dice:

“¿Dónde estoy? Qué estrecho es quí, qué oscuro, qué frescor, ¿estoy en la tumba? ¿Dónde estuve? Me pareció como si hubiera estado afuera en el universo, sobre y debajo de mí un infinito cielo negro como estrellas titilantes, yo me encontraba en un ardor indeciblemente anhelante.

Corrientes de fuego irrumpían de mi cuerpo radiante,

Yo mismo ondeaba en flameantes llamas,

Yo mismo nadaba en un mar de fuego estrechamente comprimido en mí y lleno de vida,

Completamente luz, completamente anhelo, completamente eternidad, Antiquísimo y eterno renovándome,

Cayendo de lo más alto a lo más profundo y brillando de lo más profundo a lo más alto arremolinando hacia arriba,

Suspendido alrededor de mí mismo en nubes ardientes,

Crepitando hacia abajo como una lluvia de brasas, como la espuma del oleaje, inundándome a mí mismo con calor,

En el juego inconmensurable, abrazándome a mí mismo y repeliéndome, ¿Dónde estuve? Yo era completamente sol.”

“La apertura del huevo”, capítulo XI, “Liber Secundus”, Libro Rojo, Carl G. Jung













Las paredes de su casa están pintadas de un azul misterioso, ese azul que sólo nos envuelve en los sueños. Los techos son altos. Como caramelos, los libros nos seducen y acompañan hasta el jardín; ahora una estantería a un lado, ahora un libro encima de una mesa, ahora otro abierto por unas hermosas ilustraciones encima de un mostrador. El aire es puro y se respira con libertad.

Después del resguardo de un delicioso porche, el jardín. Está salpicado de capiteles románicos, de grandes piezas agrícolas de piedra, de esculturas clásicas. Al fondo un estanque de vibraciones pitagóricas. A la izquierda, en un muro de piedra verdoso, unos huecos y una gran mancha blanca dibujan una vanitas y conducen a un segundo jardín.

Unos rosales crecen dentro de unos pavimentos geométricos. Luego, una fuente de inquietante agua inmóvil con una pesada esfera de un negro insondable que flota sobre la superficie. Dentro de una pirámide imaginaria, un huerto. Un poco más lejos, unos caballos resoplan fuertemente.

De vuelta al comedor, un busto de Hipno preside la sala y vigila sutilmente la conversación de sus invitados…

El geógrafo e historiador griego Pausanias nos relata con detalles la cueva de Trofonio de Lebadea. ¿Qué ocurría en ese lugar?

Algo terrible y profundamente catártico. En la cima de una colina estaba la entrada de la cueva en cuyo fondo oscuro se podía descender con una escalera de nudos de cuerda por un hueco por el que apenas cabía un cuerpo. Una vez se llegaba a lo más profundo de la cueva, la persona tenía que acomodarse allí a duras penas y permanecer allí un día y medio en ese húmedo silencio en la más pura oscuridad. El objetivo de esa prueba era tener determinados sueños o visiones iluminadoras, pero sobre todo asumir una muerte simbólica y un renacimiento. Cuando salía , los sacerdotes sentaban a la persona en el trono de Mnemósine, la memoria, y le preguntaban acerca de sus visiones. Y esa persona ya no temía a la muerte. Me pregunto si alguien hoy, en la época en que en seguida acude un ejército de psicólogos para lamer las heridas de cualquier contrariedad, alguien podría soportar una prueba semejante y tener tanta entereza como tenían nuestros antepasados.

En el santuario de Asclepio de Epidauro, las enfermedades cesan merced a los sueños divinos. ¿Como era ese conjunto arquitectónico?

En mi libro hago un detallado itinerario, porque la arquitectura era parte de la terapia en su conjunto. Creo que Epidauro, con el mito que lo ampara, las hermosas construcciones y templos que se levantaron para ello y los cuidados rituales que se ofrecieron allí, es una de las más grandes obras de arte que ha creado la civilización occidental. Lo interesante del conjunto arquitectónico es que estaba concebido para que las personas alcanzaran una cura animae, y eso se producía no exactamente a través de los sueños , pues éstos eran solo los mediadores con lo divino, es decir, con las fuerzas más profundas del alma, que habían producido en el paciente esa enfermedad. Epidauro es un sofisticadísimo culto del alma, a través del cual los pacientes entraban en catarsis y se curaban de sus males psicosomáticos. Si comparamos esta refinada arquitectura destinada a la curación con los hospitales de hoy en día, tan asépticos y veladamente sórdidos, nos damos cuenta inmediatamente de lo deshumanizado y mediocre que es nuestro mundo en comparación con el de los antiguos griegos.

Tholos de Epidauro, del arquitecto Policleto El Joven, siglo IV a.C.

¿Dónde estamos cuando soñamos? ¿Existe una arquitectura onírica?

El espacio onírico nunca se observa en el sueño como objeto exterior, pues el espacio onírico es parte de nosotros. El espacio onírico somos nosotros. El espacio onírico no existe, porque en nuestro interior no hay espacio ni tiempo, el “espacio” allí es pura metáfora. Sin embargo, el espacio que vemos en el mundo como objeto exterior de la conciencia, no es metáfora, existe ahí, aunque, en realidad, es una racionalización producida por nuestra mente, como señaló Kant. Las arquitecturas oníricas, de las que De Quincey ha dejado páginas memorables, solo es una creación de la imaginación a partir de los datos que le proporciona la memoria. Es una combinatoria. Aunque la imaginación es un proceso sin fin y sin límites.

¿Como arquitectos, podemos aprender de nuestras vivencias oníricas para aplicarlas a nuestros diseños?

Claro, pero de la misma manera que los sueños han influido en la literatura y la pintura, en la arquitectura, por ser un arte aplicado, como la cocina, la imaginación no puede funcionar como lo hace en las otras artes, en las que puede moverse con total libertad. Cuando estudias la antigüedad te das cuenta que casi todas sus manifestaciones culturales surgen del interior del hombre. Los mitos, los dioses, los templos, son hijos del sueño o de un estado parecido al sueño. Y la modernidad ha tenido que cortar aquel sustrato mágico y mítico de la mente para desarrollar la conciencia autónoma, que es la creación moderna. El problema estriba en que por haber desarrollado mucho una parte, hemos perdido la otra. Y acaso debemos de recuperar la parte perdida, aquella que alentó Epidauro, por ejemplo, y dar a ambas una nueva perspectiva ultramoderna.

¿Cómo cree que será la ultramodernidad?

La ultramodernidad son las hierbas y plantas más pequeñas que crecen a nuestros pies. Apenas nos fijamos en ellas, porque parecen no tener importancia. Y hacemos caso de los árboles y las plantas grandes, que representan la modernidad, sin haber reparado en que muchas de ellas están secas o podridas. Pienso que la ultramodernidad es la unión de opuestos, pues como dice Blake, sin opuestos no hay evolución. Y la realización es siempre la coincidencia de opuestos. Esa es la totalidad humana. La evolución de la mujer es un signo de la ultramodernidad, pero también lo ha de ser la comprensión de los modelos masculino y femenino, que parecen estar cada vez más difusos. Vivimos una época llena de mutaciones nuevas tan vertiginosa como interesante.

Jacobo Siruela publica en 2010 su libro El mundo bajo los párpados, Imaginatio vera, Ediciones Atalanta. Sostener el libro entre las manos es en sí un placer para los sentidos. La tapa es dura, de azul medianoche. En cubierta, una fotografía del pensamiento de Ted Serios. Al abrirlo, unas preciosas guardas de azul brillante de dos bronces griegos del siglo IV. Desde la primera ilustración, desde la primera cita, desde la primera vivencia, este delicioso libro nos seduce. Pero sobre todo nos recuerda la importancia de soñar y de que como arquitectos no debemos descuidar esa segunda vida que últimamente está tan despreciada, nuestra vida onírica.

A la noche siguiente el aire estaba lleno de muchas voces. Una voz fuerte gritó: “me caigo”. Otras gritaron confundidas y exaltadas entre medio: “¿hacia dónde? ¿Qué quieres?”. ¿He de confiarme a esta confusión? Me estremezco. Es una profundidad horrorosa. ¿Quieres que me abandone al azar de mi sí-mismo, a la locura de la propia oscuridad? ¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde? Tú te caes, yo quiero caer contigo, quien quiera que seas.

En ese momento el espíritu de la profundidad abrió mis ojos y divisé las cosas interiores, el mundo de mi alma, la multiforme y transformable.

“Viaje infernal hacia el futuro”, capítulo V, “Liber primus”, Libro Rojo, , Carl G.Jung.


para más información:

http://www.atalantaweb.com/


podréis encontrar la revista Diagonal n27 (marzo 2011) en:

Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de Barcelona, Cooperativa d’Arquitectes Jordi Capell, Biblioteca COAC, Biblioteca ETSAVallès, FAD, Foment de les Arts i del Disseny, ETSAReus, Biblioteca ETSAG, Biblioteca ETSAM, ETSAValencia, La Central, Laie CCCB, Ras

jueves, 17 de marzo de 2011

martes, 15 de marzo de 2011

吉澤 章, Yoshizawa Akira



Akira Yoshizawa, 1911-2005, Origami grandmaster

miércoles, 9 de marzo de 2011

Parsifal


Parsifal, Richard Wagner
Gran Teatre del Liceu, març 2011

martes, 1 de marzo de 2011

Another turn of the screw

This moment dated from an afternoon hour that I happened to spend in the grounds with the younger of my pupils alone. We had left Miles indoors, on the red cushion of a deep window seat; he had wished to finish a book, and I had been glad to encourage a purpose so laudable in a young man whose only defect was an occasional excess of the restless. His sister, on the contrary, had been alert to come out, and I strolled with her half an hour, seeking the shade, for the sun was still high and the day exceptionally warm. I was aware afresh, with her, as we went, of how, like her brother, she contrived--it was the charming thing in both children--to let me alone without appearing to drop me and to accompany me without appearing to surround. They were never importunate and yet never listless. My attention to them all really went to seeing them amuse themselves immensely without me: this was a spectacle they seemed actively to prepare and that engaged me as an active admirer. I walked in a world of their invention--they had no occasion whatever to draw upon mine; so that my time was taken only with being, for them, some remarkable person or thing that the game of the moment required and that was merely, thanks to my superior, my exalted stamp, a happy and highly distinguished sinecure. I forget what I was on the present occasion; I only remember that I was something very important and very quiet and that Flora was playing very hard. We were on the edge of the lake, and, as we had lately begun geography, the lake was the Sea of Azof.

Suddenly, in these circumstances, I became aware that, on the other side of the Sea of Azof, we had an interested spectator. The way this knowledge gathered in me was the strangest thing in the world--the strangest, that is, except the very much stranger in which it quickly merged itself. I had sat down with a piece of work--for I was something or other that could sit--on the old stone bench which overlooked the pond; and in this position I began to take in with certitude, and yet without direct vision, the presence, at a distance, of a third person. The old trees, the thick shrubbery, made a great and pleasant shade, but it was all suffused with the brightness of the hot, still hour. There was no ambiguity in anything; none whatever, at least, in the conviction I from one moment to another found myself forming as to what I should see straight before me and across the lake as a consequence of raising my eyes. They were attached at this juncture to the stitching in which I was engaged, and I can feel once more the spasm of my effort not to move them till I should so have steadied myself as to be able to make up my mind what to do. There was an alien object in view--a figure whose right of presence I instantly, passionately questioned. I recollect counting over perfectly the possibilities, reminding myself that nothing was more natural, for instance, then the appearance of one of the men about the place, or even of a messenger, a postman, or a tradesman's boy, from the village. That reminder had as little effect on my practical certitude as I was conscious--still even without looking--of its having upon the character and attitude of our visitor. Nothing was more natural than that these things should be the other things that they absolutely were not.

Of the positive identity of the apparition I would assure myself as soon as the small clock of my courage should have ticked out the right second; meanwhile, with an effort that was already sharp enough, I transferred my eyes straight to little Flora, who, at the moment, was about ten yards away. My heart had stood still for an instant with the wonder and terror of the question whether she too would see; and I held my breath while I waited for what a cry from her, what some sudden innocent sign either of interest or of alarm, would tell me. I waited, but nothing came; then, in the first place--and there is something more dire in this, I feel, than in anything I have to relate--I was determined by a sense that, within a minute, all sounds from her had previously dropped; and, in the second, by the circumstance that, also within the minute, she had, in her play, turned her back to the water. This was her attitude when I at last looked at her--looked with the confirmed conviction that we were still, together, under direct personal notice. She had picked up a small flat piece of wood, which happened to have in it a little hole that had evidently suggested to her the idea of sticking in another fragment that might figure as a mast and make the thing a boat. This second morsel, as I watched her, she was very markedly and intently attempting to tighten in its place. My apprehension of what she was doing sustained me so that after some seconds I felt I was ready for more. Then I again shifted my eyes--I faced what I had to face.

The Turn of the Screw, Henry James, 1898


The Innocents, 1961, directed by Jack Clayton
screenplay William Archibald and Truman Capote