domingo, 15 de julio de 2012

20:50



Richard Wilson Saatchi Gallery, 20:50, 1987  
Used sump oil, steel.  Dimensions variable

domingo, 8 de julio de 2012

Pelléas et Mélisande al Liceu

PÉLLEAS ET MÉLISANDE, de Claude Debussy


DIRECCIÓN MUSICAL Michael Boder
DIRECCIÓN DE ESCENA Robert Wilson
ESCENOGRAFÍA Robert Wilson
VESTUARIO Frida Parmeggiani
ILUMINACIÓN Robert Wilson
REPARTO Jean-Sébastien Bou, María Bayo, Laurent Naouri, Hilary Summers, John Tomlinson, Ruth Rosique, Kurt Gysen y otros.

ORQUESTA SINFÓNICA Y CORO DEL GRAN TEATRE DEL LICEU


miércoles, 4 de julio de 2012

Cuarenta y cinco mil litros de tequila



"Me tomé cuarenta y cinco mil litros de tequila "
Chavela Vargas.

domingo, 1 de julio de 2012

Io lo so! O por qué los romanos hacían acueductos



El corazón, para funcionar, necesita sangre, los pulmones necesitan aire, la boca necesita saliva, los ojos necesitan luz, el oído necesita sonido... y el cerebro necesita cambio. Un cerebro sin su mínima dosis de cambio es como un corazón que se queda sin presión. Es el mayor problema del cautivo. El tiempo mismo se muere cuando no sirve para medir un cambio. El tiempo lo crean los sucesos que se suceden en él. Del mismo modo, el espacio lo crean los objetos que se extiende en él. La relatividad general es compatible con esta idea. El espacio vacío carece hasta de sentido. El tiempo vacío esta muerto. Curiosamente, llamamos matar el tiempo a llenarlo de un mínimo de cambio. ¿Como proveerse uno de cambio? Cualquier método combina estas dos formas puras: o permanecer fijos en un paisaje que se mueve (conversando, por ejemplo) o moverse por un paisaje que permanece fijo (viajando, por ejemplo). En cualquier caso, se trata de una cuestión de movilidad. El ser humano es un animal creativo, pero cuanto más lo sea explícitamente su oficio, más debe atender a su movilidad física y mental. Un museólogo científico viaja por museólogo y viaja por científico, conversa por científico y conserva por museólogo. He aquí el caso de un misterio suscitado y resuelto por cambio, es decir, por viaje y conversación.


Primer acto. (Viajando). Años ochenta en las ruinas de Ampurias (Girona). Durante la visita me sorprende ver cañerías de plomo para el suministro de agua para las viviendas. Si varios siglos antes de nuestra era los griegos tenían tecnología de tuberías. ¿por que hacían acueductos los romanos? Una simple tubería para salvar cualquier desnivel...Pregunto a ingenieros, arquitectos, historiadores... Ni siquiera consigo que alguien se interese por la pregunta.

Segundo acto. (Viajando) Años noventa en las ruinas de Pompeya (Nápoles). Confirmado. La acometida final del agua por tubería se usa desde hace veinticinco siglos. Aprovecho cualquier ocasión para insistir con la pregunta. ¿Por que construían acueductos los romanos?

Es mas un problema hidrostático que hidrodinámico: ¿no sabían suficiente hidrostática? La presión depende del desnivel: ¿era insuficiente su tecnología para evitar escapes? Un acueducto tiene mas grandeza que una tubería: ¿será por eso? Un acueducto es mucho mas caro que una tubería: ¿será por presupuesto?

Tercer acto. (Conversando). Finales de los noventa. Tomo una copa con un arquitecto que ha visto y ha hecho mucha arquitectura. Es Oriol Bohigas. ¡Por fin! No sabe la respuesta pero ¡le interesa la pregunta! Ya somos dos viajando y preguntando. Dos años después, el arquitecto Bohigas me confiesa que presume por todo el mundo con la pregunta. Alguien debe saber la respuesta. No hay prisa.

Cuarto acto. (Conversando y viajando). Hemos cambiado de milenio. En la clausura de un acto en Italia. Bohigas plantea la cuestión ante una audiencia de arquitectos atónitos. Los asistentes empiezan a proponer y a descartar las soluciones de siempre ante la mirada divertida del ponente. Y de repente, en medio del confuso bullicio, una mano se levanta, autoritaria, al fondo de la sala. es un veteranísimo arquitecto que ha esperado un instante de silencio para imponer su voz aflautada: ¡Io lo so! (¡Yo lo sé!). La solución no es tecnológica, ni hidrostática, ni hidrodinámica, ni económica, ni política, ni estética...La solución, atención, ¡es química! Lo que no sabían hacer los romanos es tratar el agua para que no se pudriera estancada en condiciones anaerobias. Ningún problema para el último tramo que distribuye el agua al usuario, pero imposible para los largos recorridos. En un acueducto, en cambio, el agua fluye en condiciones aerobias, como en cualquier arroyo.

Curiosamente, la ignorancia química de los romanos también les salvo de saber que el plomo es tóxico, por lo que los acueductos, además de unas bellísimas construcciones, no eran tan mala solución después de todo.

El gozo intelectual, Jorge Wagensberg